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Channel: Falling Skies – Diamantes en Serie
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La ‘falla’ Spielberg

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Evito caer en las fobias de la crítica caviar. Spielberg es un grande. Simplemente, tiene sus coordenadas. No obstante, incluso dentro de su cancha de juego frecuenta un puñado de tics que le restan matrícula: el buenismo forzado de sus historias, el esquematismo moral de ciertos personajes o la alergia por la elipsis narrativa. Por eso, aunque me lo pase bomba con muchas de sus películas, siempre reduzco sus obras maestras a Tiburón, el primer Indiana Jones y El imperio del sol. Al resto le encuentro defectos más o menos incisivos.

Los problemas de la “poética Spielberg” también salpican las dos obras televisivas que ha producido en el último año: Falling Skies, el intento de la TNT por pasar de octavos, y Terra Nova, el resort de lujo de la FOX.

La primera comencé viéndola en la TNT española y la finiquité en la web de Cuatro. Allá por junio albergaba mis esperanzas con este mix de La guerra de los mundos y John Adams; uno, que tiene el post-apocalipsisis entre sus debilidades.

Sin embargo, Falling Skies nunca superó su categoría de “visionado de siesta”: en el que das una cabezadita y, cuando regresas al mundo, la trama permanece en standby. Por eso los documentales de las sobremesas de La 2 cumplen ese cometido: son estampas circulares. ¿Era una serie entretenida? Sí. Pero la apuesta de la TNT nunca quiso forzar la máquina. Ésa es la desilusión: que había material dramático para intentarlo. Las escenas de acción eran correctas, los alienígenas tenían su punto y su gradación, el manejo de los niños se antojaba inquietante y el fin del mundo raspaba la épica, a pesar de abusar de los discursitos a lo Enrique V. Pocas pipas más.

El 80 por ciento de los personajes carecían de vida y ¡no nos importaban lo más mínimo! Solo Tom Mason (y, a ratos, la médico) ponía un poco de pimienta emocional y tortura interior creíble. Además, la trama sacaba conejos de la chistera en cada capítulo (mi favorito: cuando el fiero Weaver justifica por qué sabe de partos…) y la peripecia narrativa era previsible. Por eso aplaudí tanto el cliffhanger que cierra la temporada, una luxación como Dios manda, un poco de vida -es decir, de conflicto dramático- para los alienígenas, para los malos de la historia. Es una de las claves que multiplicaba el alcance de Battlestar Galactica: los cylons escupían humanidad.

¿Seguiré el año que viene con Falling Skies? No. Porque ni siquiera el último requiebro salva una temporada que, a pesar del entretenimiento, ha alargado sus tramas innecesariamente y ha exhibido demasiados personajes de cartón piedra.

Por esa misma razón me he bajado del segundo producto spielbergiano del año. No es que el control creativo de Terra Nova esté en manos del rey Midas de Hollywood, pero sí es cierto que ambas series tienen aire de familia. Si no es el padre, Spielberg sí es, por lo menos, el abuelo de las dos. O el tío Gilito.

Tras peregrinar seis capítulos, me ha deslumbrado el espejo de Falling Skies. En esta ocasión, las tramas son más autoconclusivas, pero los problemas de fondo son los mismos. El nivel de producción resplandece (aunque en Zonafamdon lo crujan) para una historia muy justita, apenas un drama familiar de los ochenta modernizado con tiranosaurios, junglas y travesías temporales.

Una vez más, me rechinan los dientes porque la premisa apuntaba potencial. Agiten Parque jurásico con La máquina del tiempo de Wells, añadan unas rodajas de Avatar, cuarto de kilo de Lost (Los otros / The Sixers) y, antes de pasarlo por la minipimer, perfumen la tierra del siglo XXII con unas gotas del estado orwelliano, el panóptico de Bentham y las tesis miserables del reverendo Malthus. Ese mundo devastado y opresivo, ese túnel del tiempo para resetear la sociedad desde la prehistoria, invitaba a una mayor complejidad moral y, sobre todo, política. La tierra prometida, la nueva frontera, el sueño americano, ya saben, todas esas resonancias con la historia de EE.UU. y la actualidad.

Sin embargo, con lo interesante que sonaba el prólogo, es una pena que los creadores hayan optado por ese Jurásico hi-tech, tan limpito todo que hasta las hojas de la selva valdrían para limpiarle el culo a un bebé. Ahí gira otra llave para explicar el exitazo crítico de Battlestar Galactica y contraponerlo al de Terra Nova: más allá de su ambición filosófica, la serie de Ron Moore se legitimó a través de un estilo realista, sucio, que quebraba la inercia estética -luminosa y reluciente- del género que pilotaban los Klingon. Acorde con ese universo esterilizado, los conflictos dramáticos de la exuberancia de la FOX van cosidos al cliché. No dudo que el punto de partida de la serie sea optimista, pero eso no implica “ingenuo” o “anodino”. Hay escenas de acción que tensan la cuerda, pero, en general, a Terra Nova le faltan cimientos: las relaciones del núcleo familiar no tienen vapor y los adolescentes con sus cuitas son como para pegarles dos bofetadas a cada uno. Tres, mejor. Tan solo el comandante Taylor genera un poco de mala leche allá donde pisa.

No es suficiente. El ninot quemará rápido.

Dice Zoller Seitz que el último capítulo desprende negrura y da un subidón. Too late, me temo.

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La entrevista que me hace Javier Meléndez en su blog para guionistas.

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